Las tierras que hoy constituyen el término municipal de Torreblascopedro, tienen una historia tremendamente dilatada en el tiempo, cuyo origen habría que buscar en las fases más antiguas de la Prehistoria. Efectivamente sabemos que las orillas del río Guadalimar, que circula a pocos kilómetros del municipio, guardan en sus terrazas restos que vinculan la ocupación humana del área con los tiempos de los cazadores-recolectores paleolíticos y que desde entonces aquella se ha mantenido prácticamente sin interrupción hasta nuestros días.
Pero sin duda es durante las fases protohistoria y romana, cuando las vegas del rió y las tierras que lo bordean, alcanzaron un nivel de ocupación realmente intenso. Primero incorporadas al ámbito cultural, económico y político de lo que fue Oretania, cuya capital en Cástulo, en la orilla norte del rió, que separa en la actualidad los términos municipales de Linares y de Torreblascopedro, es un referente que vincula directamente a este municipio con los acontecimientos históricos que se desarrollaron allí, con especial relevancia a partir del siglo III antes de Cristo cuando toda el área se convirtió en escenario de los enfrenamientos entre Roma y Cartago, entre los Escipiones y los Barcas, que conocemos como guerras púnicas.
No hay que olvidar que la aparente barrera que constituye el río Guadalimar es solo aparente dado que precisamente en esta zona se encuentra varios vados que permiten el transito sin problemas, poniendo a Torreblascopedro en contacto, por poner un caso, con uno de las zonas arqueológicas de más relevancia del entorno de Cástulo, la de Torrubia, una finca rustica en cuyos terrenos se localizan algunos de los restos arqueológicos de mayor interés de la historia castulonense.
Uno de estos asentamientos situados en la zona de Torrubia, en este caso directamente vinculado a Torreblascopedro es el del Molino y Casa de Caldona, situado en el límite del término municipal, a unos tres kilómetros del municipio y a 600 metros al este del cruce entre la línea férrea y la carretera que conecta con Linares. Se trata de una necrópolis de incineración, con tumbas directamente excavadas sobre la tierra, donde son muy abundantes los restos localizados, tanto en superficie como en excavaciones sistemáticas desarrolladas hace ya más de veinte años por el profesor Arribas Palau.
En el estudio de esta necrópolis se puede seguir con precisión las características de los rituales funerarios ibéricos; tras el rito de la incineración del cadáver en una pira funeraria o ustrinum los restos del difunto se guardaban en urnas de cerámica clara ibérica, normalmente decoradas con motivos geométricos.
Estas urnas se depositaban en la sepultura acompañadas de un ajuar, diferente en términos cuantitativos y calificativos, según la diferente posición social del individuo enterrado, así como en función del sexo. Entre los materiales localizados en los trabajos de excavación de los años sesenta destacan los ajuares con cerámicas decoradas con motivos geométricos (bandas, círculos concéntricos, aguas. etcétera), así como cerámicas áticas de figuras rojas, especialmente abundantes en esta necrópolis. El conjunto se fecha en una cronología en torno al siglo IV antes de Cristo.